jueves, 3 de diciembre de 2009

Panorama exterior: La ciudad huérfana

Así la llamó Paul Bowles quizá con su conocido instinto profético. Al día de hoy, Tánger  es una ciudad proteica que apenas recuerda al genial neoyorkino y a su tiempo, al margen de algunos tristes objetos recuperados de su largo y cautivador itinerario vital., como las cinco viejas maletas con las que le gustaba fotografiarse a comienzos de los cincuenta en una forma de habitual impostura propia de la desolación de la posguerra. Este  tajante olvido con el escritor no extraña al viajero curioso que vuelve a Tánger, una ciudad siempre orgullosa de su peculiar presencia en el mundo. Pensando en su figura, uno piensa que, en realidad, Bowles es un viajero engañoso, un turista invertido que guarda tanta fascinación por la distancia  que siente continuamente la posibilidad de la huida, que sufre tanta proximidad con la vuelta que algo entorpece su decisión y le impide retorcerse y emprenderla con la suficiente determinación. En su manera de ser pareciera que cada día estuviera dispuesto a claudicar, aplicarse y volver definitivamente hasta su origen que es lo verdaderamente remoto. Su mérito, por tanto, es el de una persistencia un tanto afectada, el de un deber inexistente que su espíritu quiso, sin embargo, azarosamente cumplir.
En cualquier caso, su extraordinaria obra narrativa -no siempre traducida al español con la adecuada profundidad- sigue fascinando por ese planteamiento opaco y sencillo de la verdad. Como si el propio texto fuera descubriendo aquello que se escondía dentro de él. La proximidad de Tánger aconseja al andaluz inquieto cruzar las invisibles fauces de El Estrecho y dialogar con la otra ribera, aquella que nos mira con el poso de la desconfianza y de la lucidez. Bowles, Tánger, el genio de Ángel Vázquez ¿qué lugar siendo próximo guarda tanta cautivadora extrañeza? Solo aquel que pudiera entenderse como una de las pocas llaves que abren las puertas del mundo.