domingo, 11 de abril de 2010

Panorama exterior: Cuidado con los hombres ridículos

Las noticias recientes de la vida pública española nos arrojan, como siempre, varios rostros y actitudes profundamente ridículas. Temo estos rostros y presencias con toda intensidad: La trágica historia del siglo XX nos demuestra cuánto daño pueden hacer los hombres ridículos. Su potencia para el mal se inicia con nuestra indiferencia, cuando les otorgamos esos metros de ventaja que les permiten auparse unos centímetros sobre el suelo de la infeliz taberna del descontento y la rabia. Nuestra indolencia y cansancio es siempre su mejor alianza.
Se ha escrito y reflexionado poco sobre los seres humanos verdaderamente ridículos y el poder. El misterio es su acceso a la cumbre social y la capacidad para convertir su aparente desvalimiento en una fuerza dominante. No conozco líderes o dirigentes, cuando menos en  Europa,  de aspecto ridículo que hayan hecho el bien. Quizá la maldad se oculta con mayor destreza bajo un rostro que la degrada hasta los límites de la indiferencia.
Ninguno parece darse cuenta de su propia ridiculez. Esa certeza - porqué lo sé no lo soy- redime la sensación de sentirse ridículo y permite, como nos enseñara Dostoievski en su famoso relato, tener un sueño luminoso que rescata el alma de la melancolía. El ser profunda y verdaderamente ridículo nunca lo sabe, ni siquiera lo sospecha y sólo guarda oscuras pesadillas en su imaginación. Si nadie, en un gesto de genorosidad y muchas veces casi heroico, los convence a tiempo de su ridiculez y alcanzan una cierta relevancia  pública, suelen convertirse en una seria amenaza.