martes, 14 de septiembre de 2010

Panorama exterior: Prensa y papel

Me sorprende la poca entidad tipográfica de una noticia que encuentro en un periódico digital: The New York Times anuncia que dejará de editarse en papel y aunque no precisa fecha, algunas voces señalan que puede ocurrir en el año 2015.
Hemos considerado durante cuatrocientos años al periódico de ayer como el paradigma de la falta de valor, que no de la falta de utilidad. Un papel de periódico sirve para envolver las castañas asadas, guardar unos viejos zapatos o para proteger el  parqué del goteo insolente de la pintura. Pero también sirve para pagar de forma  discreta la cantidad millonaria de un rescate o para consumar un timo cruel y recurrente que ensucia la condición de la víctima burlada. Un trozo de periódico puede esconder la solución o el anuncio de un misterioso enigma, puede transportar la felicidad o demostrar la vida tediosa y amargada de un espíritu solitario e impuro que los atesora solo por el placer de ver como se amarillean sus hojas.
Ahora, cuando el periódico abandone su humilde traje de papel, poco a poco todos estos valores dejarán de estar vigentes y alguien tendrá que describir otra forma de mirar la información del presente y aprovechar sus despojos. El diario estaba pensado para durar unas veinticuatro horas. La pantalla del ordenador puede durar mucho más tiempo y en cuanto al píxel, ignoro cuál pueda ser su duración antes de quemarse o desaparecer.
Me pregunto qué fue lo que sustituyó el papel. No creo que la plana sustituyera soporte físico alguno. La tablilla de arcilla o de cera son demasiado limitadas, están demasiado alejadas, como el papiro, de su implantación -la del papel- en las ciudades alemanas que inventaron los corantos como precursores de nuestros actuales periódicos. Lo que realmente sustituyó el diario es el flujo arbitrario y oral de noticias por el compromiso efectivo de una información periódica y suficiente para súbditos o para ciudadanos. Ahora, la página electrónica sustituye un frágil soporte inmediato al que podemos tocar con los dedos y hasta destruir sin dañarnos, por un pequeño haz de luz que nos entrega, a través de la ventana de la pantalla, el gélido fluido virtual.
Desde la aparición de la red, la prensa no ha sabido encontrar una solución para conjugar la gratuidad del acceso a la información digital con las ediciones impresas. No solo se trata de una cuestión material. Es muy probable que, tarde o temprano, los grandes editores tendrán que cobrar por sus contenidos electrónicos y mejorarlos para sobrevivir y para que sobreviva ese pulmón social de la prensa libre, más necesaria que nunca en estos tiempos asmáticos para tantos derechos. Es cierto que los medios electrónicos son más accesibles, cuando menos teóricamente, pero también que son más fáciles de controlar porque nuestra intimidad es un intimidad dependiente de un servidor anónimo al que solo las leyes pueden reclamar discreción y al que debemos unirnos por una delgada línea que nos señala.
¿Dónde nos llevará una sociedad sin diarios de papel? La utopía de una sociedad electrónica al servicio del hombre genera una fuente de intensa desconfianza y ha sido, por ello, lúcidamente contestada con las celebres aporías que jalonan la literatura del siglo XX. Parece evidente que la única salida es aquella que intente informar con la vocación de servir a la verdad y para eso cualquier soporte parece adecuado. Un Ernst Jünger septuagenario, en su viaje a las Islas Canarias involucradas en el boom turístico de los sesenta, queda impresionado por la lejanía de la naturaleza que se apodera de un espacio tan afortunado y augura que el trabajador de los nuevos hoteles nunca volverá a ser pastor. No hay que interpretar sus palabras al pié de la letra. Lo que percibe el maestro de Heidelberg es una nueva distancia que empieza a crearse en un remoto confín de la Europa administrativa. Una sensación parecida me asalta, como si estuviéramos distanciándonos definitivamente de aquellos dedos absortos que pintaron con grasos pigmentos sobre la roca de una caverna.