sábado, 25 de septiembre de 2010

Panorama interior: Otra vez Grossman

He conocido la obra narrativa más famosa del gran escritor y corresponsal de guerra Vasili Grossman a la inversa, con el desorden propio de aquella agitada época que le tocó y quiso vivir. Después de Vida y destino y de la prodigiosa Todo fluye, con la publicación reciente de Años de guerra parece cerrarse el círculo de su tremenda peripecia vital volviendo al principio, al origen de la transformación, cuando descubrimos la incipiente amargura del escritor "oficial" que gana el Premio Stalin en 1942 con su novela El pueblo es inmortal y que aún confía, cuando menos aparentemente, en las razones y bondades de un régimen que afrontaba la guerra con una frialdad similar al gélido clima que rodeaba a los combatientes y aprovechando  -como  la más formidable y efectiva herramienta bélica- esa inmensa fatalidad que caracteriza al sacrificado espíritu del pueblo ruso.
Cuando escribo estas líneas no he terminado el volumen y solo tengo la referencia editorial de las páginas históricas dedicadas el horror de Treblinka o a la infernal caída de Berlín. No obstante, ya puedo percibir el abismo que tuvo que abrirse en el corazón del gran escritor de Berdichev al entender paulatinamente que los crímenes guardaban la misma o mayor ferocidad a uno y otro lado de la delgada línea roja del frente.
Efectivamente, lo fascinante de esta aventura propagandística de Grossman es que ya puede atisbarse entre las líneas que escribe, impregnadas de ortodoxo patriotismo soviético, una oculta certeza que empieza a florecer en un corazón atónito y maltrecho. La novela de Grossman que abre este volumen es especialmente cruel por su ingenuidad. Da la sensación de que su autor ya es consciente de que el tiempo lo situará en otro lugar y parece asumir su papel propagandista con la aplicación revelada del martirio. Este realismo heroico de Grossman, al contrario del sostenido por Ernst Jünger, es el de los vencedores, por ello no ha tenido que purgar sus opiniones ante las maledicentes voces que suelen enjuiciar la cultura sin conocerla.
Las condiciones de Grossman son las del genio rodeado de una mediocridad triunfante: Una coordenada casi siempre fructífera para el creador si cuenta con un poco de tiempo y de suerte para persistir. Lo que  distingue y realza su obra es la sombra de un régimen perturbado que ha hecho de la sospecha el latido de su existencia. Cosmopolita y judío, Grossman alcanza el cénit de su verdad el día en que la KGB asalta su apartamento e incauta la cinta de su máquina de escribir para evitar la difusión de Vida y destino. De haberla dejado morir lentamente en los anaqueles de alguna editorial oficial, quizá el tedio, la astucia y la rutina burocrática hubieran acabado con ella y nunca hubiera entendido la lúcida disidencia soviética que su publicación era un acto esencial para entender las claves de un siglo tantas veces oscuro.