jueves, 7 de octubre de 2010

Panorama interior: Fotógrafos

Mi hijo Jesús redime la torpeza que siempre tuve con la fotografía. No recuerdo haberle hablado nunca de esta suculenta forma de entender y mirar la riqueza de nuestra existencia.
Durante su infancia, acaso, alguna conversación habrá pillado de su padre con Bernardo Víctor Carande que siempre presumía -y con mucha razón-  de su larga estancia durante diez o doce temporadas como fotógrafo taurino en el callejón de La Maestranza. Por cierto, algo habría que escribir de aquella pequeña mitología y de su tiempo como chófer y secretario de Orson Welles, aquel Don Orson majestuoso que transitaba sobre la injusta y fascinante España del desarrollismo, la que tan bien destruyó una buena parte de nuestro Patrimonio Histórico mientras alzaba, quizá para compensar, algunos Paradores de Turismo.
Pero volviendo al tema familiar, tengo hacia la fotografía el respeto de quien ve crecer a su hijo comprometiéndose con un noble empeño que nunca le señaló y asumiendo una difícil tarea en la que no puede darle ningún consejo y en la que nada o casi nada puede ayudarle. ¿Existe alguna otra manera de sentirse más ilusionado y orgulloso?
Los hijos son la mejor enseñanza de la madurez. Comenzamos a envejecer de verdad el día que se preocupan por nuestros empeños y horarios más que nosotros por los suyos. Son también los que inclinan definitivamente la balanza hacia el egoísmo o hacia la virtud. Quizá sean ellos con el peso de su influencia quienes decidan y tracen esta y otras decisivas tendencias. Muchos de mis poemas nacen de la paternidad y me parece, al día de hoy, una veta llena de viejas palabras por descubrir. Pero esa es otra ventana de este mirador secreto que comento en público.

Retrato de Carbonero.
Jesús García Hinchado, 2010.