sábado, 6 de noviembre de 2010

Panorama interior: La humillación de las piedras

William Vandivert, Berlín, 1945
Colaboro con el profesor Carlos Aranguez en la redacción de un breve trabajo sobre la ciudad histórica indefensa y, en particular, sobre la agresión sistemática y tantas veces impune de los que hemos querido llamar actos de exhibicionismo  gráfico. Utilizamos esta perífrasis porque no existe mérito artístico alguno en la mayor parte de los que actualmente agreden nuestros bienes culturales, ni tampoco reivindicación social que no pueda articularse sobre un soporte limpio y mucho más efectivo para ser transmitida con toda normalidad a los ciudadanos. El exhibicionismo gráfico que muestran algunas ciudades históricas de Andalucía es triste y no tiene otra pretensión mayor que su propia insolencia  y desconsideración.
La convicción de que algunos grafitos muy elaborados son una estimable y estimulante manifestación artística y cultural de la sociedad de nuestro tiempo es un hecho innegable. En la mayor parte de los casos el poso inmaterial de este movimiento tiene lugar entre jóvenes consumidores de determinados productos musicales, ropas y otras  formas de ocio que afrontan su labor como grafiteros de una manera muchas veces reivindicativa, cuestionando las manifestaciones artísticas más tradicionales y reclamando un espacio urbano propio como soporte de sus postulados estéticos. Es obvio que no existe un derecho a la expresión artística que ampare la realización de daños o el simple deslucimiento de inmuebles, salvo en situaciones muy lógicas y concretas, pues la creatividad personal debe canalizarse de forma que no se vean innecesariamente afectados los derechos de los demás, máxime cuando hablamos de bienes culturales merecedores de una singular protección y tutela.
Sentado lo anterior reconozcamos que, en todo caso, las posiciones artísticas de signo iconoclasta vinculadas al cultivo del grafito, salvo en situaciones excepcionales, ahora no agreden bienes culturales reconocibles y cada vez son menos agresivas con el entorno urbano que constituye su forma de desarrollo más natural, un entorno al que pueden enriquecer con obras muy elaboradas y, en ocasiones, de un extraordinario valor. Hoy día, por tanto, las posibles reivindicaciones de tales movimientos estéticos se limitan a reclamar -y con razón- espacios suficientes para su normal desarrollo y para la búsqueda de alternativas públicas que permitan conciliar sus intereses con el cuidado y diseños de la ciudad.
El exhibicionismo gráfico sistemático es una cosa bien distinta. La agresión de la cultura a través de la suciedad es bárbara y antigua. Nada descubren quienes ponen su firma manchando un lugar que debe respetarse por su innegable valor, solo descienden a épocas tan tristes como remotas. Mucho más expresivas que mis palabras,  demuestran mi afirmación esta serie de viejas fotografías que ha rescatado de sus archivos la revista Life. Las hizo el gran fotógrafo norteamericano William Vandivert tras la conquista de Berlín por las tropas rusas en 1945. Probablemente, con estos masivos grafitos sobre el destruido Reichstag solo pretendían aquellos soldados embrutecidos por el combate festejar puerilmente la aplastante victoria o, acaso, humillar un poco más a los vencidos. Ahora, entre otras cosas, estas fotografías nos gritan que esta ínfima barbarie es mas propia de roedores meticulosos que de ciudadanos críticos y libres.