viernes, 3 de diciembre de 2010

Panorama interior: Maurice Duruflè, el nombre de la virtud

La Academia de Bellas Artes de Granada realiza cada 14 de noviembre una emotiva Ofrenda Musical recordando la muerte de nuestro compañero Manuel de Falla y en recuerdo de todos los académicos fallecidos. Este año hemos podido escuchar la hermosura (recuerdo que así lo calificó el académico José Palomares cuando lo escuché citarlo por primera vez) del conocido Réquiem (1947), en su versión de voces solistas, coro y órgano, de Maurice Duruflé.
Nunca terminaré de agradecer la felicidad que me ha deparado escuchar esta maravillosa obra en un entorno cálido y sencillo. La organización de estos actos me produce el sano orgullo de comprobar como puede una digna y humilde corporación ofrecer una actividad cultural con un nivel tan elevado, sin apenas ayuda, persistiendo año tras año en su labor y recibiendo con demasiada frecuencia la certera ingratitud del silencio.
Suelen tildarse las academias de meras asociaciones cavernosas, retrógradas, rancias y llenas de vanidad. Yo, sin embargo, en mi corta experiencia, solo he visto en mis compañeros de la Sección de Música justamente todo lo contrario: Mucha generosidad, bastante discreción, un firme sentido del deber y esa condición secreta, tantas veces ausente de nuestra vida pública, de la filantropía. El aire cavernoso lo encuentro, paradójicamente, en otras triunfantes y envejecidas latitudes llenas de superstición que pontifican a diario aquellos tópicos aprendidos en su remota infancia, tópicos inútiles que repiten y repiten sin cesar como una especie de sortilegio que les permita ocultar por más tiempo la molicie de su inmovilidad.
La implicación de la cultura en la vida social debe trazarse desde la independencia y cierto fervor. Ahora que las limitaciones presupuestarias demuestran el verdadero nivel de nuestras instituciones, aprendemos a valorar estas iniciativas culturales que casi no precisan romper nuestro curso cotidiano para mejorarnos el espíritu y limpiarnos el aire de la razón. La delicada música de Maurice Duruflé parece llevar impreso el aire de la virtud. Recuperar la sencillez en el disfrute de la cultura, es una de las escasas ganancias que nos entrega esta larga crisis moral en la que seguimos navegando, para vergüenza de aquellos especuladores de nuestro futuro.