jueves, 6 de enero de 2011

Panorama exterior: Sencillez de Giuseppe Conlon

Un manojo de países europeos, entre los que se encuentra España, han ofrecido al cine los mejores actores de la historia. Incluso la discutible y extensa nómina norteamericana se abastece, sin duda, de actores con una naturaleza esencialmente europea, más próxima a las sofisticadas urbes del viejo continente que a la desmesura de la primera colonización industrial.
La reciente y prematura muerte del gran actor inglés Pete Postlethwaite hace reflexionar apresuradamente a los medios de comunicación acerca de las extrañas condiciones que convierten, en contadas ocasiones, el arte interpretativo en un deleite para todos los sentidos. Los comentarios periodísticos casi siempre reiterativos, simplemente correctos y normalmente apresurados contrastan con la breve y lúcida crónica que firma Fernando López en La Nación: Tenía todo en contra -nos dice-. Un apellido largo y difícil de recordar, el rostro parecido a una careta saliendo de un cráneo demasiado pequeño para soportarla, los pómulos altos que le achicaban los ojos, la nariz prominente, las orejas enormes... y en unos sinceros párrafos ensalza esa virtud inusual que fue su completa convicción para ser cada uno de los personajes que interpretó. 
Fue a mediados de los noventa, cuando este sólido actor de teatro participó en varias cintas legendarias que lo encumbraron como un discreto referente expresivo. The usual suspects de Brian Singer le ofrecía un papel breve y antológico que clarificaba toda la película con un discurso metódico y efectista; el del gélido abogado Kobayashi del psicópata Keyser Sözé.
Y un año antes, Jim Sheridam lo convertía en el inolvidable Giuseppe Conlon de In the name of the father: Un prodigio interpretativo que servía, sin otro aditamento que su inolvidable gesto y alguna palabra, para probar la crueldad del sistema judicial británico y demostrar al mundo la importancia y fatalidad de la sencillez. Su memorable personaje, como si no bastara con la tragedia real que exponía, quiso vivir otra injusticia mas como la de no obtener el Oscar al mejor actor de reparto para el que fue nominado en un año, 1994, en el que venció Tommy Lee Jones por su inferior y previsible papel de The fugitive.
Pete Postlethwaite merece una respetuosa revisión de su amplia filmografía. A mí, sin embargo, me basta verlo durante unos minutos en alguna de aquellas escenas memorables del triste drama carcelario sufrido por Giuseppe Conlon. Su tragedia, como la virtud interpretativa de Postlethwaite, es la de una  firme convicción moral porque, a pesar de todo, sigue creyendo en la justicia y esta tragedia, si cabe, se incrementa porque esa justicia, la misma que lo condenó, al final termina por darle la razón cuando ya es tarde y una cruel enfermedad pulmonar ha terminado con su vida. Un hombre que respira mal en una prisión esta doblemente preso. Este inolvidable actor fue capaz de transmitir toda la honestidad de un sencillo ciudadano atrapado en su propia bondad porque las aguas de la bondad, contrariamente a lo que se piensa, son aguas turbulentas y agitadas como el mundo. Si todo eso cabe en una sola mirada enfrentada a una cámara, sin duda fue la de este gran actor que nos abandona.