viernes, 20 de mayo de 2011

Panorama exterior: Sobre las calles indignadas (Spanish Revolution)

El descontento social nunca necesita principios, solo necesita causas; de hecho, cuando comienza a buscarlos suele incurrir en notables excesos de resultado incierto. El descontento no tiene que entenderlo todo; solo descubre la razón básica o esencial de su experiencia y procura exponerla con fuerza para encontrar, cuando menos, un firme apoyo material o sentimental.
El problema del descontento social es intentar canalizarlo como un reguero dócil y obediente que podamos utilizar a nuestro antojo. Lo mejor es conocerlo con cierta calma, observarlo con atención y mucho respeto y comprobar su evolución y tendencia antes de decidir que podemos hacer con él. A nadie debiera extrañar lo que ocurre en algunas plazas españolas llenas de mensajes de un profundo descontento por sus condiciones de vida. Lo asombroso es que no haya ocurrido antes, teniendo en cuenta la sucesión de crueles paradojas que vive la juventud española desde hace demasiado tiempo. La mejor formación se conjuga con el sueldo ínfimo y las condiciones de trabajo abusivas. Las dificultades que actualmente impone una especulación salvaje se incrementan con la precariedad laboral. A la necesidad de principios éticos se responde con el abuso impune desde unas posiciones económicas de privilegio. Toda esta retahíla de evidentes despropósitos ha terminado por convertir a nuestros jóvenes en un amplio grupo de exclusión social a los que se arrebata con toda impunidad su futuro. Es evidente que esta situación no puede persistir mas tiempo sin cambiar. La protesta pacífica es casi un ejercicio de madurez y responsabilidad antes de caer en posiciones ideológicas organizadas en términos más ásperos y egoístas. Sigue siendo esta movilización, y ello comporta un mérito innegable, no sabemos por cuanto tiempo, una protesta sin rostro ni siglas definidas.
Los jóvenes pueden compartir con el resto de la sociedad española el rigor de una profunda crisis moral que ha tenido un devastador efecto económico, pero no pueden ni quieren soportar la mayor parte de este desgaste a lo largo de una vida profesional sin interés, sin justicia y sin alicientes. Solo desean un reparto equitativo de la carga. Hay quienes recelan y les reclaman públicamente propuestas concretas. No comprenden que a lo mejor son ellos quienes escuchan desde esa incómoda vigilia que ha convertido nuestras plazas en frágiles campamentos como aquellos que alzan los niños cuando juegan y convierten el suelo de las alcobas en tierras de acampada imaginarias. Nadie comprende que ahora, quizá son ellos los que nos escuchan. ¿Como nos atrevemos a exigirles propuestas cuando nadie puede trasladarles alguna solución o esperanza?