miércoles, 16 de mayo de 2012

Panorama exterior: Patrias del desengaño


No es la primera vez que señalo la lucidez que acompaña con frecuencia a las interveniones públicas del compositor José García Román en su calidad de Director de la Academia de Bellas Artes de Granada. Hace algunos días, en su intervención en el Aula de Humanismo del Instituto de Academias de Andalucía, nos recordaba el origen de la Academia Francesa y del conocido lema que le señalara Richelieu, su fundador, À l´immortalité, para referirse no a la triste vigencia de esos cuarenta inmortales o elegidos que azarosamente la integran, sino a la permanencia de la lengua francesa por encima del tiempo y las vocaciones del destino. Pero no cabe pretensión más dañina, fallida y pueril que la de la inmortalidad cuando hablamos de las cosas del  mundo.
Grandezas aparte, parece deducirse de su intervención que no es descabellado considerar que la voluntad fundacional del cardenal no solo se limitaba a la reunión de maestros del lenguaje, del pensamiento o de la ciencia: Guardaba también espacio suficiente para aquellos que sentían el hastío de la grandeza y buscaban entre los muros académicos una forma displicente de diversión o amargura. La certera frase se atribuye a quien fuera Secretario Perpetuo de la corporación, Charles Pinot Duclos, quien textualmente nos dice: vemos a menudo a quienes la edad, las desgracias o el hastío de la grandeza fuerzan a renunciar, venir a buscar consuelo en nosotros o desengañarse.
La situación no es tan negativa como parece y en realidad enriquece el tantas veces denostado redil académico con generosidad. No hablamos de la estética o divinización del fracaso, ni siquiera de una teórica del desengaño, pensamiento este mucho más fértil y verdadero que la militancia anterior, hablamos de otra "pequeña patria", de la patria de una amargura compartida, de una convivencia atrapada normalmente en los muros de la primera senectud que apuesta por la inquietud, de una vieja apetencia social por el prestigio mas formal que hace reverdecer el instinto de los creadores y la ilusión de la utopía.
Y es que siempre han nacido las páginas más brillantes y decisivas de la historia europea desde esa especie de amarga lucidez del desengaño.