martes, 19 de febrero de 2013

Terrie


 
Su corazón era grande y pequeño.
Grande como el abrazo incansable
que le daban mis hijos
acosándolo de besos y caricias.
Solo por esa forma de dejarse querer, yo lo quería.
Pequeño como una vida pequeña. Una tarde
se acurrucó despacio y dejó de comer y mantenía
la mirada perdida, avergonzado
de perder para siempre su espontánea
ilusión por nosotros.
Se acurrucó despacio y dejó de beber y sostenía,
sobre sus ojos tristes, tal vez, una débil pregunta.
Ya no volvió. Ordenaron su frágil
cuerpo con fármacos y sueros.
Y nos quedó su lecho adormecido
y lo añoramos tanto
que parece volver junto a nosotros
cuando la luz del alba nos visita
como un rumor de agua que brotara
dentro del corazón, lejos del mundo.
 
 

jueves, 7 de febrero de 2013

El Mal de la Muralla (breve fragmento de un ensayo inédito)



...la disposición del centro de Lugo que rodea la irregular elipse de piedra y pizarra es rara y curiosa. No se aprovecha debidamente el espacio, se suceden las plazoletas y plazas sin mucha lógica, como si quisieran dificultarse las zonas residenciales y, quizá para mostrar con nitidez su condición de capital administrativa, se despeja un corto espacio frente a los edificios oficiales para que el ciudadano pueda sopesar los humildes pórticos o arcadas que imitan templos o palacios clásicos y así comprender su verdadera  influencia.
En Lugo hay varias situaciones sino únicas, difíciles de encontrar en otras ciudades de su tamaño. En primer lugar hay una ciudad dentro de la ciudad, un círculo esencial que se expande y abre a nuevas dimensiones urbanas pero siempre relacionadas con el molde originario. Otros lugares sostienen barrios que han sido señalados por la costumbre popular como ciudades o espacios singulares e independientes por razones muy variadas. Es el caso del barrio de Triana en Sevilla, del Trastévere en Roma o del barrio del Albaicín en Granada, espacios inicialmente diferenciados a consecuencia de la separación que marca el caudal generoso del Guadalquivir o del Tíber o el perfil montañoso que buscaban los halconeros nazaríes para levantar su propio arrabal. Pero estas condiciones que explican la diferencia no tienen lugar en el caso de Lugo. Toda la ciudad extendida extramuros se vuelca hacia el interior o aledaños de la muralla, piensa en los lugares céntricos que abandona como su referencia esencial y se extiende como una sucesión de círculos concéntricos impulsados desde el interior.
No es necesario vivir intramuros para sufrir el mal. Lo importante es acoger el adarve como un mecanismo habitual de reflexión y ordenar nuestra vida dando vueltas sobre él de manera real o figurada en ciclos que podrían ser irregulares. Hay quienes dicen que no solo se mueve el paseante, que también gira la muralla con una cadencia imperceptible que impulsa el sentido de nuestros pasos. Esta disposición de quienes utilizan el adarve para la reflexión otorga a quienes la descubren una especial agudeza y comprensión del entorno y les infunde una forma paradójica de confianza basada en la lucidez. Miran el exterior desde dentro y vuelven una y otra vez a encontrarse con su propio destino, comprenden la limitación de la vida y entienden la importancia de la libertad. Afrontan, en definitiva y como nos dice la intuición del poeta, la vida de otro modo...

viernes, 1 de febrero de 2013

La basura invisible




Fotografía de Jesús García Hinchado
 


Mi amigo Juan José Téllez me pide una entrevista telefónica para su programa en Canal Sur Radio. La celebración de algunos Juicios Orales sobre corrupción urbanística y blanqueo de capitales en la Costa del Sol hace que me proponga como tema único para nuestra conversación la corrupción pública. Y acepto. La etiología de la corrupción no es misteriosa pero sí es diversa y cambiante, vinculada siempre con la falta de control externo, la ambiguedad institucional y espesas formas de bajeza moral. En un momento de la breve entrevista abordamos el problema de la defectuosa percepción social del problema y del grave riesgo -cada día mayor- de la generalización.
Este último riesgo es una forma de agotamiento delictivo especialmente nociva, un señuelo habitual para el ejercicio cínico de corruptores y corrompidos y, sobre todo, una siniestra amenaza que puede dañar el Estado de Derecho, deslegitimar a las instituciones encargadas de su defensa y conducirnos hasta un retroceso jurídico sin precedentes en la reciente historia de España. Para entender el peligro de la generalización siempre hay que recordar que la corrupción pública es una forma de crimen organizado y que presenta una doble tendencia que sostiene desde la antigüedad; la tendencia a extenderse y a trivilializarse.
En cuanto a la defectuosa percepción social, he descubierto que las fórmulas abruptas de indignación van precedidas de un tiempo huérfano de compromiso y sectario que propicia la impunidad. Pero la clave para entender esta falta de percepción es casi física. La corrupción no huele y es invisible, se confunde con el perfume exquisito y los tejidos costosos. Por eso, ahora que proliferan las huelgas de basura en diversas capitales españolas debiéramos pensar que la misma indignación tendríamos que sentir ante la basura invisible de la corrupción. Ojalá esta basura se acumulara en las calles y nos indignara hasta el punto de reclamar su limpieza inmediata. La basura de la corrupción si pudiera materializarse, haría irrespirable nuestras ciudades. Y si dejara de ser invisible, abriríamos los ojos de la verdad y la indignación para cultivar la sabia austeridad y exigir -con rigor y con calma- la solución de la justicia. Recemos todos para que obre el milagro.