viernes, 1 de febrero de 2013

La basura invisible




Fotografía de Jesús García Hinchado
 


Mi amigo Juan José Téllez me pide una entrevista telefónica para su programa en Canal Sur Radio. La celebración de algunos Juicios Orales sobre corrupción urbanística y blanqueo de capitales en la Costa del Sol hace que me proponga como tema único para nuestra conversación la corrupción pública. Y acepto. La etiología de la corrupción no es misteriosa pero sí es diversa y cambiante, vinculada siempre con la falta de control externo, la ambiguedad institucional y espesas formas de bajeza moral. En un momento de la breve entrevista abordamos el problema de la defectuosa percepción social del problema y del grave riesgo -cada día mayor- de la generalización.
Este último riesgo es una forma de agotamiento delictivo especialmente nociva, un señuelo habitual para el ejercicio cínico de corruptores y corrompidos y, sobre todo, una siniestra amenaza que puede dañar el Estado de Derecho, deslegitimar a las instituciones encargadas de su defensa y conducirnos hasta un retroceso jurídico sin precedentes en la reciente historia de España. Para entender el peligro de la generalización siempre hay que recordar que la corrupción pública es una forma de crimen organizado y que presenta una doble tendencia que sostiene desde la antigüedad; la tendencia a extenderse y a trivilializarse.
En cuanto a la defectuosa percepción social, he descubierto que las fórmulas abruptas de indignación van precedidas de un tiempo huérfano de compromiso y sectario que propicia la impunidad. Pero la clave para entender esta falta de percepción es casi física. La corrupción no huele y es invisible, se confunde con el perfume exquisito y los tejidos costosos. Por eso, ahora que proliferan las huelgas de basura en diversas capitales españolas debiéramos pensar que la misma indignación tendríamos que sentir ante la basura invisible de la corrupción. Ojalá esta basura se acumulara en las calles y nos indignara hasta el punto de reclamar su limpieza inmediata. La basura de la corrupción si pudiera materializarse, haría irrespirable nuestras ciudades. Y si dejara de ser invisible, abriríamos los ojos de la verdad y la indignación para cultivar la sabia austeridad y exigir -con rigor y con calma- la solución de la justicia. Recemos todos para que obre el milagro.