viernes, 6 de septiembre de 2013

La crisis de la verdad



Cuando comenzaron las hostilidades presupuestarias, sostuve que la llamada Crisis Económica o Gran Recesión que comenzaba a fustigar la exclusiva Zona Euro, quizá no fuera ni una crisis ni una crisis económica. Lo primero porque, al margen de significados gramaticales o económicos, no ha tenido nunca un perfil coyuntural, sino una vocación de permanencia para construir son sólidos cimientos un nuevo sistema productivo y una nueva configuración, algo siniestra, de los derechos más elementales de los ciudadanos europeos. En segundo lugar, la crisis es una crisis de valores, una crisis moral alentada por fenómenos especulativos completamente insolidarios y favorecidos por la impunidad y el uso salvaje, en una especie de inmensa paradoja, de las nuevas tecnologías de la comunicación al servicio del sistema financiero. Ahora, el problema que vislumbro es de mayor envergadura y gravedad ya que que se trata no solo de una crisis moral encubierta, sino de una verdadera Crisis de la Verdad.
No pretendo que alguien hilvane un nuevo Discurso de la verdad envuelto de un enfermizo pesimismo como el que nos entregara a finales del siglo XVII el Venerable Siervo de Dios don Miguel de Mañara y Vicentelo de Laca, el peor de los hombres, según su propio -quizá un punto vanidoso- juicio.
Es otra la cuestión que atañe a nuestro tiempo. Ahora, la verdad no tiene apenas valor. Podría replicarse que mentir, a lo largo de la historia, ha sido habitual o rentable y que la mentira ha servido a los intereses más bajos de naciones y hombres con toda normalidad y sin apenas peligro. Pero siempre ha existido un cierto rubor, aunque se trate de alguna pueril leyenda, como la de aquella famosa Bocca della Veritá la conocida máscara de piedra que se exhibe en la basílica de Santa María in Cosmedin de Roma que puede cerrar sus fauces y atrapar la mano que introducimos en la pequeña oquedad de sus labios cuando mentimos.
Lo que ocurre ahora, sin embargo, es distinto porque la mentira no es una mentira ocultada sino afirmada como una transgresión de la razón y el deber más elemental. No quiero acudir a ningún ejemplo próximo o remoto para no herir sensibilidades, pero ahora la observación de la mentira no produce pudor, se enfrenta como una necesidad del operador político, jurídico o económico y esta nueva versión de nuestra vida social, esta nueva Crisis de la Verdad no sabemos donde puede conducirnos con el paso del tiempo.
Una sociedad que no está sometida a un principio de  responsabilidad para castigar la mentira, es una sociedad condenada a la barbarie. Aunque ahora la barbarie se vista con trajes a medida o lentejuelas.